EL CAMPESINO, EL OSO Y LA ZORRA
Cuento popular ruso
Aleksandr Nikolaevich Afanasev
Un día un campesino estaba labrando su
campo, cuando se acercó a él un Oso y le gritó: –¡Campesino, te voy a
matar!
–¡No me mates! –Suplicó éste–. Yo sembraré
los nabos y luego los repartiremos entre los dos; yo me quedaré
con las raíces y te daré a ti las hojas.
Consintió el Oso y se marchó al bosque.
Llegó el tiempo de la recolección. El
campesino empezó a escarbar la tierra y a sacar los nabos, y el Oso salió
del bosque para recibir su parte.
–¡Hola, campesino! Ha llegado el tiempo de
recoger la cosecha y cumplir tu promesa –le dijo el Oso.
–Con mucho gusto, amigo. Si quieres, yo
mismo te llevaré tu parte –le contestó el campesino.
Y después de haber recogido todo, le llevó
al bosque un carro cargado de hojas de nabo. El Oso quedó muy satisfecho
de lo que él creía un honrado reparto.
Un día el aldeano cargó su carro con los
nabos y se dirigió a la ciudad para venderlos; pero en el camino tropezó
con el Oso, que le dijo: –¡Hola, campesino! ¿Adónde vas?
–Pues, amigo –le contestó el aldeano–, voy
a la ciudad a vender las raíces de los nabos.
–Muy bien, pero déjame probar qué tal
saben.
No hubo más remedio que darle un nabo para
que lo probase. Apenas el Oso acabó de comerlo, rugió furioso: –¡Ah,
miserable! ¡Cómo me has engañado! ¡Las raíces saben mucho mejor que las
hojas! Cuando siembres otra vez, me darás las raíces y tú te quedarás con
las hojas.
–Bien –contestó el campesino, y en vez de
sembrar nabos sembró trigo.
Llegó el tiempo de la recolección y tomó
para sí las espigas, las desgranó, las molió y de la harina amasó y coció
ricos panes, mientras que al Oso le dio las raíces del trigo.
Viendo el Oso que otra vez el campesino se
había burlado de él, rugió:
–¡Campesino! ¡Estoy muy enfadado contigo!
¡No te atrevas a ir al bosque por leña, porque te mataré en cuanto te vea!
El campesino volvió a su casa, y a pesar
de que la leña le hacía mucha falta no se atrevió a ir al bosque por ella;
consumió la madera de los bancos y de todos sus toneles; pero al fin no
tuvo más remedio que ir al bosque.
Entró sigilosamente en él y salió a su
encuentro una Zorra.
–¿Qué te pasa? –Le preguntó ésta–. ¿Por
qué andas tan despacito?
–Tengo miedo de encontrar al Oso, que se
ha enfadado conmigo,
amenazándome con matarme si me atrevo a
entrar en el bosque.
–No te apures, yo te salvaré; pero dime lo
que me darás en cambio. El campesino hizo una reverencia a la Zorra y le
dijo: –No seré avaro: si me ayudas, te daré una docena de gallinas.
–Conforme. No temas al Oso; corta la leña
que quieras y entre tanto yo daré gritos fingiendo que han venido
cazadores. Si el Oso te pregunta qué significa ese ruido dile que corren
los cazadores por el bosque persiguiendo a los lobos y a los osos.
El campesino se puso a cortar leña y
pronto llegó el Oso corriendo.
–¡Eh, viejo amigo! ¿Qué significan esos
gritos? –Le preguntó el Oso.
–Son los cazadores que persiguen a los
lobos y a los osos.
–¡Oh, amigo! ¡No me denuncies a ellos!
Protégeme y escóndeme debajo de tu carro –le suplicó el Oso, todo
asustado.
Entretanto la Zorra, que gritaba
escondiéndose detrás de los zarzales, preguntó: –¡Hola, campesino! ¿Has
visto por aquí a algún oso?
–No he visto nada –dijo el campesino.
–¿Qué es lo que tienes debajo del carro?
–Es un tronco de árbol.
–Si fuese un tronco no estaría debajo del
carro, sino en él y atado con una cuerda.
Entonces el Oso dijo en voz baja al
campesino: –Ponme lo más pronto posible en el carro y átame con una
cuerda.
El campesino no se lo hizo repetir. Puso
al Oso en el carro, lo ató con una cuerda y empezó a darle golpes en la
cabeza con el hacha hasta que lo mató.
Pronto acudió la Zorra y dijo al
campesino: –¿Dónde está el Oso?
–Ya está muerto.
–Está bien. Ahora, amigo mío, tienes que
cumplir lo que me prometiste.
–Con mucho gusto, amiguita; vamos a mi
casa y allí te daré las gallinas.
El campesino se sentó en el carro y se
dirigió a su casa, y la Zorra iba corriendo delante.
Al acercarse a su cabaña, el campesino
silbó a sus perros azuzándolos para que cogiesen a la Zorra. Ésta echó a
correr hacia el bosque, y una vez allí se escondió en su cueva. Después de
tomar aliento empezó a preguntar: –¡Hola, mis ojos! ¿Qué habéis hecho
mientras corría?
–¡Hemos mirado el camino para que no
dieses un tropezón!
–¿Y vosotros, mis oídos?
–¡Hemos escuchado si los perros se iban
acercando!
–¿Y vosotros, mis pies?
–¡Hemos corrido a todo correr para que no
te alcanzaran los perros!
–Y tú, rabo, ¿qué has hecho?
–Yo –dijo el rabo– me metía entre tus
piernas para que tropezases conmigo, te cayeses y los perros te mordiesen
con sus dientes.
–¡Ah, canalla! –Gritó la Zorra–. ¡Pues
recibirás lo que mereces! –Y sacando el rabo fuera de la cueva, exclamó–:
¡Comedlo, perros!
Éstos cogieron con sus dientes el rabo,
tiraron, sacaron a la Zorra de su cueva y la hicieron pedazos.
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