lunes, 12 de agosto de 2013

Hojas de taller


Laura escribió y leyó en voz alta: "En el bosque de los sábados...", y los que estábamos en el taller quedamos pensativos, oyendo como la frase resonaba entre las ráfagas de viento que presagiaban tormenta y alrededor de los eucaliptos descascarados que aromatizaban la tarde. Nos apiñábamos nueve personas en una banca de cemento con capacidad para ocho. Luego llegó una más. Otra se fue. Un aguilucho se posó en una rama aledaña para atisbar los alrededores. Obed, recordando una lectura que habíamos hecho hace varias semanas sobre un mito Uitoto, dijo: "Otra señal", refiriéndose a la rapaz. Pero nadie supo de qué señal se trataba. "Habría que aprender a leer aves", pensó alguien y tomó nota para sí.

El taller del bosque de los sábados, el de la Casa de la Cultura, el de las dos de la tarde, se nutre cada semana de nuevas aves, de nuevas señales, de nuevos vientos, de nuevas personas, de nuevos textos. Pueda ser que usted también quiera sentarse con nosotros en aquella banca y luego ver publicados sus textos en este espacio. Está cordialmente invitado.

Hoy compartimos un poema y dos cuentos, escritos por personas que asisten al taller.





JESUCRISTO TEN PIEDAD DEL HOMBRE


Jesús Cristo ten piedad del hombre.
Hombre ten piedad de la roca, la montaña y el árbol.
Jesús Cristo ten piedad del hombre.
Hombre ten piedad de las aves, el río y las hojas.
Jesús Cristo ten piedad del hombre.
Hombre ten piedad del sol, la rosa y los insectos.
Jesús Cristo ten piedad del hombre.
Hombre ten piedad del animal, la brisa y el fruto.
Jesús Cristo ten piedad del hombre.
Hombre ten piedad del canto y el silencio.
Jesús Cristo ten piedad del hombre.
Hombre ten piedad de la Madre-Padre.
Oh, señor, te piden piedad.
¿Cuánta ha de necesitar el hombre para amar al hermano,
en este templo donde, reunidos,
la palabra se esfuma y queda el espíritu siendo uno?

Camila Carmona, 17 años
Egresada de la Institución Educativa Colombia
Taller General Casa de la Cultura



LA TRUCULENTA MEDIA NOCHE


Era la media noche. Los relámpagos alumbraban toda la casa a través de los ventanales con cortinas transparentes y flores y gaviotas esbozadas en ellas. La lluvia se hacía más fuerte a cada minuto y el viento soplaba tan fuerte que los ramajes de algunos árboles iban cayendo en la espesura mojada. Los truenos retumbaban en los oídos de Karl tan fuertemente que sentía que su cabeza agonizaba y temblaba en cada estallido.
No había luz, la casa se tornaba tormentosa y, afuera, los árboles parecían grandes saltimbanquis. Un sartal de relámpagos empezó a desfilar haciendo de los estribos de Karl una rémora a su tranquilidad. La Profusión de lluvia pendía como piedras y el pánico pronto avasalló su mente.
En el segundo piso la lluvia se hacía más evidente y se escuchaba caer en el techo tremebundamente. De repente, escuchó un golpe en la ventana y se exaltó más. Sentía que su corazón no podría resistir los manifiestos de la noche. Y otra vez en la ventana del primer piso, junto a la cocina, se escuchaban los golpes, ahora más afanosos; Karl pensó, inmediatamente, que alguien iba a entrar.
Cogió un cuchillo que tenía en su alcoba, el cual utilizaba para raspar el lápiz a falta de un sacapuntas.
Bajaba las escaleras con ese espanto que era dueño de sus movimientos y, en su mano derecha, el cuchillo. De pronto, se escucharon más fuertes los golpes en la ventana y, asustado por el apercibimiento, rodó por las escaleras enterrándose el cuchillo en medio de su pecho y, antes de morir, ahí en el suelo del primer piso casi al frente de la ventana de la cocina, Karl pudo observar el granizo que chocaba contra la ventana. Ciertamente la noche estuvo truculenta.

Melissa Cañas, 26 años
Estudiante de Licenciatura en Inglés y Español 
Universidad Pontificia Bolivariana






¿CUÁL ES EL NOMBRE DE TU LIBRO? 


Se encontraba allí, en el mismo lugar de cada tarde; allí, asidua, constante.
Sentada en la banca, leyendo y pensando en él, siempre estaba pensando en él, con la cabeza hecha una barahúnda. A las tres de la tarde calurosa, ella lo miró, él le sonrió recostado en la balaustrada.
Ella seguía sintiendo ese rencor que la sofocaba, que la agobiaba casi como en las madrugadas en su cuarto oscuro. Ella temblaba. Tenía ganas de matarlo, de defenestrarlo, eso era, eso era lo que iba a hacer: lo iba a defenestrar.
Él caminaba lentamente por el corredor, volvía a mirarla, creo que sentía que lo quería matar; ella podía tener ese fuero, pues se encontraban solos en aquel lugar, y ella, sin ninguna indulgencia, ni un rastro de eso, sólo miraba la ventana, allí, sentada aún en la banca.
Él volvía a pasar por su lado, la miraba. Ella también lo hizo, y ahí, en ese instante, sus ojos se envolvieron con los suyos.
Ella se dispuso y lo cogió de las manos, muy suavemente, le señaló la ventana; empero, no decía una sola palabra; ambos miraban los árboles; cuando llegaron a la ventana, ella corrió una silla, se montó en ella, y estando en ese tercer piso, le señaló el suelo del primero; se bajó, luego él se montó, y ella, mirándole la espalda, lo lanzó hacia el primer piso.
En ese instante él pasaba por el corredor y escuchó su voz que le preguntaba: “¿cuál es el nombre de tu libro?”

Melissa Cañas, 26 años
Estudiante de Licenciatura en Inglés y Español 
Universidad Pontificia Bolivariana

Share this post
  • Share to Facebook
  • Share to Twitter
  • Share to Google+
  • Share to Stumble Upon
  • Share to Evernote
  • Share to Blogger
  • Share to Email
  • Share to Yahoo Messenger
  • More...

0 comentarios:

Publicar un comentario